REMIGIO (32, Trujillo). Por querer dármelas de vivo y conseguirme una gringa que me pudiera sacar del país, terminé burlado y con el corazón destrozado, sabiendo que nunca podré conocer al hijo que engendré.
A mi tierra llegan muchas turistas y siempre las he seguido con la idea de que alguna de ellas se enamore de mí y me lleve con ella a su país para buscar otro futuro, pues no tengo mucha suerte en los trabajos y lo que gano con las justas me alcanza para vivir.
Nunca tuve buena suerte tampoco con las turistas, hasta que conocí a Diane, una estadounidense curvilínea que se quedó más de seis meses en Trujillo y con la que entablé una relación amorosa.
Ella habla el español más de lo que yo mastico el inglés, pero nos entendimos muy bien y el romance que empezamos se volvió más serio de lo que yo esperaba.
Acabé enamoradísimo de la gringa y ella aparentemente me amaba. Todo marchaba bien, vivíamos juntos y las cosas se pusieron mejor cuando me dijo que estaba embarazada y que sería papá. Ese momento fue uno de los más felices de mi vida.
Ya no pensaba en que la gringa sería el gancho para irme del país, sino que empecé a hacer planes para establecer nuestro hogar en Trujillo y me puse a trabajar más de la cuenta.
Pero todas esas ilusiones se desvanecieron cuando un día regrese de trabajar y Diane no estaba. Se había hecho humo con maletas y todo. Sentí una espada clavada en el pecho y temí lo peor. Salí a buscarla y la señora que nos alquilaba el departamentito en el que vivíamos me entregó una nota.
En esa carta me decía que se regresaba a su tierra porque ya tenía lo que quería: haber salido embarazada e irse a su país a criar sola a su hijo sin necesidad de tener pareja.